Mi opinión
Golpe mortal al trasplante hepático, 'a propósito de la pandemia'
Miércoles, 23 de diciembre de 2020, a las 10:03
* Juan J. Suárez M. Medicina Interna-Hepatología. Profesor principal de Medicina-USFQ
Hace pocas semanas falleció aquejada por cáncer Ángela Viteri, una médica. Fue la primera paciente trasplantada de hígado en diciembre de 2009 a través del primer Programa estructurado y exitoso de Trasplante Hepático. Tuvo mucho coraje y mérito la actitud de esta mujer y paciente enferma en ese entonces. Tomó la decisión de ser la primera en “tomar el riesgo” (hoy que tantos preferirían no ser los primeros en vacunarse contra el Sars-Cov-2), de realizarse esta compleja operación en este país, luego de intentos aislados, improvisados y fallidos previos. Confió su vida y su salud, para ese momento muy deteriorada, en un equipo multidisciplinario liderado por el cirujano principal, Frans Serpa.
En esos días, reflexionando y mirando hacia atrás, ocurrió algo increíble: hubo voluntad y decisión política, muy importantes; “se alinearon las estrellas” y se logró una alianza público-privada para llevar adelante este Programa en el Hospital Metropolitano (entonces el único acreditado para este procedimiento en opinión de una misión italiana); el Estado con el Ministerio de Salud Pública (MSP) y luego el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), aplicaron la Ley de Trasplantes, que luego se modernizaría en la Asamblea; aportaron con la red pública para la detección y mantenimiento de potenciales donantes y el hospital privado en mención, una estructura organizada, servicios, insumos, recursos diagnósticos y terapéuticos, para lograr el éxito que se esperaba. Todos aportaron su talento humano.
Pocos años después el Programa se cerró, ¿los intereses cambiaron?, ¿las voluntades bilaterales se torcieron?, ¿la visión cambió?, ¿los compromisos verbales y escritos se incumplieron?, los astros se desalinearon. ¿Nadie entendió por qué?
Otra esperanza se abrió con la incorporación del Programa del Hospital Luis Vernaza de la Junta de Beneficencia de Guayaquil, que con muchas dificultades hasta hoy lo mantiene. Luego el Hospital Carlos Andrade Marín del IESS en Quito retomó la posta en la capital, pero también se cerró, nuevamente por razones incompresibles.
Desde el inicio de la pandemia a mediados de marzo, el Trasplante Hepático recibió la sentencia de muerte y se suspendió en todo el país, en parte con razón: se dificultaba la obtención de donantes, con riesgo alto de estar infectados; no había camas en las Unidades de Cuidados Intensivos para este y otros procedimientos quirúrgicos complejos que las requieren. Todas se ocuparon con los pacientes complicados con la pandemia. Por la otra parte, seguro se han complicado y fallecido muchos de los pacientes que lo requerían, imputables indirectamente a esta infección viral.
¿No se pudo preservar una institución o unas pocas camas de UCI, aunque sea bajo convenio concertado, para seguir salvando estas vidas? ¿Qué papel cumplió el INDOT? ¡En otros países se pensó, planificó y se siguieron realizando! Aquí NO (?).
Solo queda guardar la esperanza de que algún día se retome, cambiando y consolidando los procesos para que sea sustentable en el tiempo. ¡Ojalá!
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