*Carlos Terán Puente, PHCM Universidad Estatal de Milagro, UNEMMI
Las vacunas para prevenir un sinnúmero de infecciones tales como rabia, viruela, tétanos, rubeola, entre otras, surgieron en
una larga pelea de la humanidad para controlar la letalidad de las patologías transmisibles, por su salud y bienestar.
La tecnología de punta que se utiliza en el desarrollo de la inmunización contra el SARS-Cov-2, se cimienta en los aprendizajes y prácticas ancestrales anteriores a la era cristiana. Los antecedentes se remontan a la cultura china, griega y posteriormente, centro asiática, europea y americana. Esta ruta la recoge el médico chileno Arnoldo Quezada (2020), en la publicación
“Los orígenes de la Vacuna”, que es la referencia del presente artículo.
Se conoce que
la inmunización antivariólica se practicaba en China desde el siglo VI a.C. Tucídides, historiador griego, menciona el mismo procedimiento en el siglo V a.C. Existe certeza escrita de una monja budista, que en el siglo X, prevenía la viruela con
“soplar el polvo de costras secas, pulverizadas y mezcladas con plantas específicas mediante un tubo de plata en las fosas nasales
”.
Otra mujer,
Lady Mary Wortley, inglesa que viajó a Constantinopla para escapar de un matrimonio arreglado por su padre, en sus
“Cartas desde Estambul
” cuenta detalles de la vida y temas médicos en la actual Turquía. Mary sufrió viruela, su hermano murió de lo mismo. A inicios de 1700,
“trajo a su vuelta a Inglaterra la práctica de la inoculación como profilaxis contra la enfermedad. Hizo inocular a sus propios hijos, y se enfrentó a los poderosos prejuicios que había contra tal práctica
”.
Quezada resalta la experiencia de Lady Wortley, porque dio pie para que siete décadas después, Edward Jenner, en 1796, documente el
procedimiento para inmunizar exitosamente a un niño. En 1714, Emmanuel Timoni, publicó su ensayo de inmunización antivariólica, con 96 por ciento de efectividad.
Hacia 1803, el rey Carlos IV, despachó la expedición a las colonias americanas, con el doctor Balmis, enfermeras, 22 niños huérfanos, que viabilizaron la inmunización, y 500 ejemplares en español del
“Tratado histórico y práctico de la vacuna”, de Moreau de la Sarthe. Fue la primera campaña de vacunación internacional. Contemporáneamente, en Chile, el médico Fray Pedro Chaparro, vacunaba a miles de personas,
“el martes 9 de octubre de 1805 vacunó en la plaza de Santiago a todos quienes quisieran recibir tal inóculo
”.
Para llegar a la acortada producción de vacunas COVID-19 hubieron hitos en más de 25 siglos. Desde la “variolización”, pasando por vacunas de virus atenuados, hasta las de ARNm. Los avances impresionantes en microbiología, genética y genómica, se fundamentan en cada pequeño avance ancestral.
La norma internacional concede derechos de propiedad a las empresas o consorcios fabricantes de las vacunas COVID-19. Así, son beneficiarias de una jugosa rentabilidad, tienen el monopolio de precios y distribución. Otras empresas, deben adquirir los derechos y sujetarse a las condiciones de las propietarias de la patente.
La inversión para obtener vacunas seguras y comerciables, no es logro único de la industria.
La investigación, pruebas y validación de las vacunas recibieron fondos públicos. La Unión Europea aportó con 10 mil millones de euros de fondos públicos, que llegarían a 25 mil millones. Los ensayos clínicos se hicieron en hospitales públicos con miles de personas voluntarias. Las vacunas son un producto social, un bien socialmente alcanzado con finalidad humanitaria.
La dinámica comercial de las vacunas COVID-19
profundiza la inequidad entre países y afecta el control global de la pandemia. Ciertos países como Canadá o Israel han acaparado, según
Médicos Sin Fronteras, tres y hasta cinco veces más cantidad de vacunas que requiere su población. La iniciativa COVAX de la OMS, para que países sin recursos dispongan de la inmunización, depende de donaciones y resulta insuficiente para las necesidades. El derecho a la salud por goteo desde la abundancia a los empobrecidos.
Por otro lado, la Organización Mundial del Comercio (OMC), un centenar de gobiernos y organismos no gubernamentales,
demandan la suspensión de patentes en medicamentos, vacunas, pruebas de diagnóstico y otras tecnologías para enfrentar la COVID-19 hasta que se alcance la inmunidad de rebaño mundial. Así, bajarían costos y precios, se ampliaría la producción en más países y aceleraría el final de la pandemia. Esta demanda ha enfrentado la negativa de las farmacéuticas y gobiernos de los países que dominan el mercado mundial.
Para el 5 de mayo de 2021, el gobierno Estados Unidos y enseguida, la Unión Europea, anuncian su
disponibilidad para la suspensión temporal de patentes. Es buena noticia, sin embargo, hay que esperar la respuesta de la industria farmacéutica, que reaccionó de inmediato y manifestó que puede ser un
“precedente peligroso” para sus intereses y ambiciosas proyecciones.
El gobierno ecuatoriano debería sumarse ya a la demanda de la suspensión temporal de patentes de las vacunas. Son un bien socialmente producido con fines humanitarios, la humanidad y su historia lo evidencian.